¿Y si mañana no estoy?: una conversación incómoda pero necesaria
Todos creemos que vamos a tener tiempo. Tiempo para hablar, para organizar, para escribir, para dejar claras las cosas. Pensamos que cuando estemos más tranquilos, cuando los niños crezcan, cuando el trabajo baje, cuando pasen las fiestas… entonces sí.
Pero el mañana no está garantizado. Y aunque eso suene duro, no deja de ser verdad. Lo hemos visto. Todos conocemos historias de personas que ya no están y dejaron un caos. No porque quisieran, sino porque nunca pensaron que les podía pasar.
Hablar del “por si acaso” no es falta de fe. Es amor. Es decirle a los que amas: “yo también pienso en ustedes cuando no esté”. Es dejar decisiones tomadas, caminos trazados, recursos listos. Es no heredar problemas.
He acompañado a familias que, en medio del dolor, han tenido que lidiar con trámites, deudas, discusiones, confusión. Y también he visto lo contrario: personas que, aún en el dolor, han sentido el alivio de saber que todo estaba pensado. Eso cambia todo.
A veces evitamos esas conversaciones porque nos hacen sentir vulnerables. Porque creemos que, si hablamos de eso, lo atraemos. Pero no. Lo que atrae los problemas es la negación, no la previsión.
Hablar de lo que podría pasar no nos vuelve fríos. Nos vuelve sabios. Y responsables. Porque eso también es vivir con propósito: saber que lo importante no es cuánto vivas, sino cómo vivas… y qué dejas cuando ya no estás.
No necesitas resolverlo todo hoy. Pero sí puedes dar un paso. Tener una conversación. Hacer una lista. Preguntarte: ¿están protegidos los míos si algo me pasa? ¿Saben qué hacer? ¿Estoy dejando tranquilidad… o incertidumbre?
No pospongas lo que puede dar paz. Y si ya lo hiciste, revísalo. Actualízalo. Mejóralo. Porque amar también es preparar el camino para cuando uno ya no lo pueda caminar.