La buena suerte
Cómo provocarla todos los días
Siempre me ha llamado la atención esa frase que dice: “Las oportunidades grandes solo se presentan una vez en la vida”. Suena intensa, casi como si viviéramos esperando un único instante que lo cambia todo… y si lo dejamos pasar, ya no habría marcha atrás. Pero la vida real no funciona así. Las oportunidades no son trenes raros que pasan solo una vez; son como autobuses que circulan constantemente. La diferencia está en si estás en la parada correcta, listo para subirte, o distraído mirando hacia otro lado.
George Washington decía: “De cada diez circunstancias de buena suerte, nueve las puedes producir”. Y ahí está la clave: la buena suerte no es un regalo misterioso que solo reciben unos pocos. La buena suerte es consecuencia de vivir con los ojos abiertos, la mente despierta y la disposición de actuar. Es cierto que a veces parece que un golpe de azar lo cambia todo, pero si miras más de cerca, casi siempre verás que detrás de esa “casualidad” hubo preparación, intención y movimiento.
Si lo piensas, la suerte tiene una fórmula bastante simple: oportunidad + preparación + acción. Cuando falta una de estas tres cosas, la suerte se nos escapa. Puedes estar preparado, pero si nunca actúas, la oportunidad se desvanece. Puedes actuar con entusiasmo, pero si no tienes la preparación, puede que el resultado no sea el mejor. Y si ni siquiera reconoces la oportunidad porque no estás atento, entonces no hay nada que hacer.
El problema es que muchas personas viven atrapadas en el mito de la “gran oportunidad única”. Esa creencia nos paraliza, porque nos hace vivir con miedo a equivocarnos. Si creo que solo tendré una oportunidad en toda la vida, me obsesionaré con no cometer errores, y ese miedo puede hacer que no haga nada. Vivir así es como mirar siempre hacia un horizonte lejano y no ver las flores que tienes a los pies.
En cambio, cuando entiendes que las oportunidades están siempre ahí, tu actitud cambia. Te vuelves curioso, abierto, creativo. Empiezas a ver posibilidades donde antes solo veías rutina. Descubres que una conversación casual puede ser el inicio de un proyecto importante. Que una invitación inesperada puede llevarte a conocer a alguien clave para tu vida. Que decir “sí” algo pequeño puede abrirte puertas grandes. No es magia, es simplemente estar en un estado de alerta amable, dispuesto a descubrir.
Ese estado no es vivir con ansiedad, sino con atención. Es caminar sabiendo que en cualquier momento puede aparecer algo interesante. Como cuando vas por la calle y ves un billete tirado en el suelo: solo lo recoge quien está mirando, no quien va absorto en su teléfono. Esa capacidad de ver lo que otros no ven se entrena. Empieza por preguntarte: ¿qué puedo aprender aquí?, ¿con quién puedo hablar hoy?, ¿qué cosas nuevas puedo probar? La curiosidad es como un músculo: cuanto más la ejercitas, más fuerte se vuelve.
Claro que para que esto funcione, hay que estar preparado. Muchas veces decimos “qué suerte tuvo fulano” sin ver lo que hay detrás. Ese músico que reemplazó a otro en un gran concierto no llegó ahí por casualidad: llevaba años practicando. Esa empresaria que cerró un contrato en una cena no fue solo afortunada: había trabajado su propuesta y su discurso mucho antes. La preparación es silenciosa, nadie aplaude mientras la haces, pero es la base que sostiene cualquier oportunidad.
El sofá, metafóricamente hablando, es enemigo de la buena suerte. No me refiero a descansar, sino a quedarse quieto en la vida esperando que lo bueno llegue solo. Mientras tanto, el mundo se mueve y las oportunidades pasan. Pero cuando sales, te conectas, exploras y te expones a cosas nuevas, multiplicas las probabilidades de que algo ocurra.
También vale la pena reconocer la suerte que ya hemos tenido. A veces buscamos tanto la “próxima gran oportunidad” que olvidamos las que ya aprovechamos. Pensar en ellas y agradecerlas no solo nos da perspectiva, sino que afina nuestro radar para detectar otras. La gratitud es como un imán: cuando valoras lo bueno, atraes más de lo mismo.
Provocar la buena suerte no es un acto aislado, es un modo de vivir. Es observar, prepararte, actuar y aprender. Es aceptar que si hoy pierdes una oportunidad, no pasa nada: mañana habrá otra. Lo importante es no perder el hábito de mirar, de prepararte y de moverte. Con el tiempo, la buena suerte deja de ser algo que “te pasa” y se convierte en algo que “creas”.
Así que la próxima vez que escuches que “las grandes oportunidades solo llegan una vez”, sonríe y piensa: “no, las oportunidades están por todas partes… y yo voy a buscarlas”. Porque, como dijo George Washington, de cada diez circunstancias de buena suerte, nueve las puedes producir. Y vivir con propósito es precisamente eso: aprender a producirlas todos los días.