La Ignorancia Ilustrada

Vivimos en una época en la que el conocimiento está al alcance de la mano. Basta un clic para consultar cifras, definiciones, teorías y opiniones de expertos. Sin embargo, paradójicamente, nunca hemos estado tan expuestos a la superficialidad del saber. A este fenómeno mi amigo Fernando Lemcovich lo llama la ignorancia ilustrada: ese estado en el que una persona, por tener algo de información, se convence de que lo sabe todo.

No se trata de gente sin educación o sin recursos, sino de personas que confunden datos con sabiduría, información con criterio, y que en lugar de usar lo que saben con humildad, lo convierten en un arma de arrogancia. Todos hemos conocido a alguien que habla de todo con seguridad: desde salud hasta economía, desde crianza hasta filosofía. Da igual el tema, siempre tiene una opinión definitiva. En redes sociales estos perfiles abundan: hombres y mujeres que convierten sus creencias en verdades absolutas, y que con apenas un video o un comentario pretenden cerrar cualquier debate.

El problema no es opinar, sino hacerlo desde la soberbia, sin escuchar ni reflexionar. La ignorancia ilustrada se alimenta de la incapacidad de reconocer que nadie lo sabe todo, y que en la vida hay matices, complejidades y experiencias que escapan a cualquier manual o discurso. Lo curioso es que muchas de las personas que presumen de ser “modernas” o “avanzadas” caen en contradicciones profundas. Defienden la libertad, pero son los primeros en señalar o cancelar a quien piensa distinto. Hablan de justicia, pero justifican decisiones que perjudican a otros en nombre de causas supuestamente nobles.

El discurso se llena de grandes palabras, pero rara vez se pregunta por las consecuencias reales sobre la vida cotidiana de la gente. Así, lo que se presenta como “ilustrado” termina siendo solo una fachada que esconde intereses, modas o presiones sociales. Otra manifestación de la ignorancia ilustrada es la condescendencia con el grupo al que se pertenece. Muchas personas saben, en su interior, que algo no está bien, pero lo callan para no ser rechazados. Prefieren repetir lo que dice la tribu, aunque contradiga su propio criterio. De esta manera, la verdad se sacrifica por la comodidad de pertenecer. Lo ilustrado ya no es pensar por uno mismo, sino repetir lo que se espera de nosotros. Y eso, lejos de ser un signo de madurez, es una forma de servidumbre disfrazada de modernidad.

La diferencia entre conocimiento vacío y verdadera sabiduría está en la práctica. Una madre que cría a sus hijos con amor y disciplina probablemente entiende más de responsabilidad social que alguien que solo repite teorías desde un escritorio. Un trabajador que lucha por mantener a su familia conoce más de dignidad humana que muchos que hablan de valores sin haber enfrentado la vida real. La sabiduría práctica no presume. Reconoce límites, escucha, aprende y corrige. La ignorancia ilustrada, en cambio, se cierra, acusa y se cree dueña de la verdad.

La pregunta es inevitable: ¿cómo no dejarnos atrapar por la ignorancia ilustrada? Tal vez la clave esté en recuperar tres virtudes olvidadas. La primera es la humildad, que nos recuerda que siempre hay algo que no sabemos y que incluso lo que creemos cierto puede cambiar con la experiencia. La segunda es el discernimiento, que nos ayuda a distinguir entre información y sabiduría, entre datos y principios. No todo lo que suena bien es verdadero, ni todo lo que repite la mayoría es correcto. La tercera es la coherencia, el valor de atrevernos a actuar de acuerdo con lo que creemos justo, aunque eso signifique ir contra la corriente o ser cuestionados.

Al final, la ignorancia ilustrada no es solo un problema social, sino personal. Si queremos vivir con propósito, no basta con estar informados ni con sentirnos parte de una mayoría. Vivir con propósito significa pensar, cuestionar, aprender, y sobre todo, actuar con responsabilidad. Implica preguntarnos constantemente: ¿estoy repitiendo ideas por costumbre o porque realmente creo en ellas?, ¿escucho a quienes piensan distinto o solo busco confirmar lo que ya pienso?, ¿uso lo que sé para construir, o solo para mostrarme superior a los demás?

La verdadera ilustración no está en acumular información, sino en usar el conocimiento con sabiduría, empatía y sentido común. La ignorancia ilustrada es un espejismo: nos hace sentir seguros, modernos y superiores, pero en realidad nos aleja de la verdad. Nos encierra en tribus, nos vuelve intolerantes y nos impide crecer. El reto es elegir otro camino: el de la humildad, el diálogo y la búsqueda sincera de la verdad. Ese es el camino de quienes quieren vivir con propósito: no aparentar saberlo todo, sino aprender cada día, con la mente abierta y el corazón dispuesto.


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