Una luz al final del túnel

Cuando la política nos recuerda que la paz sí es posible

Vivimos en un mundo donde parece que las noticias solo quieren hablarnos de lo malo. Todos los días vemos titulares de guerras, divisiones y conflictos que nunca terminan. Y uno se acostumbra a pensar que ya nada puede cambiar. Pero, de repente, aparecen momentos que nos devuelven la esperanza, como una lucecita al final del túnel que nos dice: “oye, todavía se puede”.

Esto es lo que pasa desde hace unos días en la Casa Blanca. El Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dio un paso que muchos pensaban imposible: abrir un espacio de diálogo real entre Rusia y Ucrania después de más de tres años y medio de guerra. Y no fue cualquier gesto simbólico, fue algo concreto. Se sentó con Putin en Alaska, convocó a Zelensky y a los líderes europeos, y en menos de 48 horas ya estaban en Washington continuando las conversaciones. Eso no lo hace cualquiera.

Lo interesante es que esto nos deja una enseñanza que va más allá de la política. Porque, aunque la guerra quede muy lejos de nosotros, la idea de buscar la paz nos toca directamente. ¿Cuántas veces en nuestra propia vida nos hemos quedado en medio de un conflicto personal, incapaces de dar el primer paso para reconciliarnos? Y lo cierto es que, al igual que en la política internacional, la paz no llega sola: hay que trabajarla, hay que tener el valor de ceder, y hay que estar dispuestos a que nadie salga con la victoria total.

Me llamó mucho la atención una frase de Trump: “para lograr un buen acuerdo, ambas partes tendrán que irse un poco insatisfechas”. Puede sonar dura, pero es muy cierta. La paz nunca es perfecta. Siempre implica renuncias. Y lo mismo nos pasa en nuestras familias, en el trabajo, en nuestras amistades. Si queremos vivir tranquilos, con propósito, hay que soltar el orgullo de vez en cuando y buscar el punto medio.

Claro, no todo el mundo lo ve así. Siempre habrá quienes digan que esto es puro show, que no hay avances reales. Pero los hechos hablan: líderes europeos viajaron de inmediato a Washington, Ucrania aceptó sentarse a dialogar, Rusia también. ¿Hace cuánto no veíamos algo así? Eso nos recuerda que la diplomacia, aunque complicada y llena de intereses, también puede salvar vidas.

Y te confieso que mientras escuchaba todo esto pensaba: ¿cuántas veces en mi vida yo mismo he prolongado conflictos solo porque me resistía a ceder? Si hoy vemos que países enfrentados pueden, al menos, empezar a hablar, ¿por qué nosotros no podemos hacerlo con quienes tenemos diferencias más pequeñas? Al final, la paz mundial comienza en cada uno de nosotros.

Esto no significa que la guerra termine mañana. Apenas estamos viendo un rayo de luz en medio de tanta oscuridad. Pero ese rayo es suficiente para no perder la esperanza. Y creo que esa es la parte que más me inspira: la decisión de creer que sí se puede, aunque todavía falte mucho camino.

Así que la gran pregunta es: ¿qué hacemos con esa luz? ¿La dejamos apagarse con cinismo, o la alimentamos con optimismo y fe en que la humanidad todavía tiene chance de sorprendernos? Yo prefiero alimentarla. Prefiero pensar que cada paso hacia la paz, por pequeño que sea, vale la pena.

Y también prefiero mirarme en ese espejo. Si allá afuera se están moviendo piezas para intentar detener una guerra, ¿por qué yo no podría mover una ficha en mi vida para acercarme a alguien con quien estoy peleado? ¿Por qué no podría dejar de lado el orgullo en mi familia, en mi trabajo, en mi comunidad?

Porque al final, vivir con propósito no es otra cosa que eso: elegir lo que realmente importa. Y pocas cosas importan tanto como la paz. No importa si hablamos de la paz entre naciones o de la paz en tu corazón. Lo importante es que nunca dejemos de caminar hacia esa luz al final del túnel.

Al final, la paz no es solo un asunto de gobiernos ni de presidentes. La paz empieza en ti, en mí, en nuestras decisiones de cada día. Si allá afuera vemos que es posible tender puentes incluso entre enemigos históricos, también nosotros podemos dar el primer paso para reconciliarnos con quienes nos rodean y con nosotros mismos.

Ese es el corazón de este espacio: vivir con propósito significa elegir siempre lo que realmente importa. Hoy, más que nunca, lo que importa es creer en la paz, cuidarla y construirla en cada conversación, en cada gesto, en cada decisión.

La invitación es clara: que no dejemos que la luz al final del túnel se apague. Caminemos hacia ella juntos, porque vivir con propósito es, en esencia, caminar hacia la paz.


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